Por Luz Elena González, Asistente de Proyectos en PIT Policy Lab y miembro de la comunidad MCODER.ai
En su discurso de apertura de la Celebración Grace Hopper para las Mujeres en la Computación, la Dra. Latanya Sweeney, directora del Data Privacy Lab de Harvard, comienza haciendo referencia al artículo de 1967 “¿Qué es la ciencia de la computación?”, en donde se destacan tres objetos básicos de estudio: el primero, las máquinas de cómputo; el segundo, los algoritmos; y el tercero, los efectos de los dos anteriores en los entornos donde son operados. A lo largo de su discurso, la Dra. Sweeney invita a las profesionales de las ciencias de la computación a reivindicar el tercero de estos objetivos, aprovechando las oportunidades que ofrece el desarrollo tecnológico para impactar positivamente en la vida de otras personas. Es decir, a través del trabajo en Tecnología de Interés Público (PIT pos sus siglas en inglés).
Hoy quisiera hacer algo parecido, pero invitando a mis colegas, compañeras y amigas, profesionales de las ciencias sociales y las humanidades, a participar en el estudio del tercer objeto que enunció la Dra. Sweeney: a retroalimentar y ser partícipes de los ecosistemas de tecnología existentes, y a construir futuros posibles, de la mano de las mujeres que ya trabajan en ciencia y tecnología. Hacer un estudio transdisciplinario en el área es crucial para apalancar este sector en beneficio de las personas. Si tomamos una postura moderada entre los extremos de considerar que la tecnología es responsable de todos los cambios que vivimos como sociedad, o minimizar su papel como herramientas que no influyen en nuestra interpretación del mundo, aceptamos que siempre tenemos oportunidad de repensar y reformar nuestra relación con la tecnología; tanto la forma en que nos moldea a nosotras, y como nosotras la moldeamos.
Pero, ¿cuál es nuestro papel como científicas sociales y humanistas en esta tarea? Para explicar mejor el quehacer desde PIT , me gustaría presentar a una disciplina familiar suya, la Ley de Interés Público, cuyo trabajo es llevar a cabo prácticas legales que beneficien a aquellas personas que de otra manera tendrían pocas oportunidades de influenciar el sistema legal y de toma de decisiones. Como resultado del parentesco, la Tecnología de Interés Público son las prácticas de diseño y desarrollo de productos o políticas de tecnología que habilitan la posibilidad para que actores con aparente poca capacidad de influenciar el ecosistema de tecnología logren intervenir en éste, y como resultado, generar cambios en el impacto que sus productos tienen en la sociedad.
Hago énfasis en la relación entre la Ley de Interés Público y Tecnología de Interés Público, porque la definición que ofrezco está enmarcada en la intersección de las ciencias sociales y la tecnología. Para otras tecnólogas, PIT estará definida por la utilización de sus habilidades y conocimientos en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM por sus siglas en inglés) en proyectos que antepongan el bien público al lucro, o que incorporen una perspectiva social en el desarrollo científico-tecnológico.
Esto se vuelve específicamente importante, porque que la información más difundida sobre PIT habla de cómo los gobiernos se benefician de impulsar proyectos que tengan por eje transversal la tecnología; cómo las Organizaciones No Gubernamentales necesitan de las habilidades de tecnólogas para lograr incidir de manera efectiva en las agendas actuales; y de cómo las carreras STEM son plataforma para las líderes presentes y futuras en la recuperación y reconstrucción económica. En pocas palabras, hay más motivaciones para que las propias compañeras de STEM incursionen en la Tecnología de Interés Público, que para nosotras como científicas sociales. A sabiendas de un vacío en la narrativa de PIT donde la personaje principal sea una científica social y humanista, mi segunda invitación es a desmitificar la tecnología desde nuestro abanico de conocimientos, para lograr el cambio sistémico.
Desmitificar la tecnología no significa que dejemos de buscar el poder transformador para el bien público, sino que dejemos de entenderla en términos de magia, cajas negras y experiencias de usuario fáciles e ininterrumpidas. Al contrario, desde nuestra preparación tenemos la capacidad de analizar, identificar y caracterizar los procesos, actores y consecuencias de la creación de nuevas tecnologías, para señalar cómo estas pueden tener sesgos importados de contextos sociales y políticos que a primera vista parecieran estar alejados de nuestra realidad. Al abordar la tecnología con curiosidad intelectual pero sin miedo, contamos con el superpoder de reconocer los posibles patrones peligrosos en las interfaces, pues conocemos las debilidades cognitivas humanas y tenemos experiencia organizándonos para exigir que nuestros derechos se respeten en el mundo físico; el mundo digital solo será nuestro siguiente campo de acción.
Por si fuera poco, contamos con el súper poder de aterrizar conceptos como Inteligencia Artificial, Big Data, Internet de las Cosas (IoT por sus siglas en inglés) o servicios de la Nube en un lenguaje que todas las personas puedan entender. La tarea de reducir el desconocimiento sobre los sistemas digitales que habitamos es apremiante; si solo unas cuantas personas con educación especializada conocen las bases de los productos y servicios tecnológicos que utilizamos todos los días, exclusivamente ellas y ellos serán capaces de tomar decisiones con repercusiones que se extienden a todos los rincones de nuestras comunidades. Finalmente, somos capaces de generar sinergias con nuestras compañeras en STEM para realizar ejercicios de imaginación ética en nuestras proyecciones a futuro y poner en práctica metodologías y técnicas diversas para refinar los resultados en beneficio de todas.
Un trabajo conjunto de ciencias sociales y STEM enmarcado en la Tecnología de Interés Público nos llevará a desarrollar proyectos iterativos de innovación, que buscarán no romper más cosas de las que ya están rotas, sino más bien reformular y reconstruir, basándonos en los principios de inclusión y participación por diseño de las comunidades donde los productos y políticas serán implementadas, para que las soluciones tecnológicas estén alineadas con sus propios intereses. De igual forma, combinar nuestras capacidades nos permite darnos cuenta de los límites de nuestras áreas de estudio y ayudan a forjar una ciencia colaborativa y diversa, que levante puentes en vez de muros.
Espero que esta reflexión sirva a todas las jóvenes y mujeres que se dedican a las humanidades y ciencias sociales, que hoy tengan tan solo un ápice de interés, una curiosidad emergente, un deseo de saber, para incorporarse al ámbito de la Tecnología de Interés Público y llenemos esta comunidad de práctica de mujeres talentosas y determinadas. Cierro esta carta tal como la Dra. Sweeney termina su discurso en GHC 2016: “La ciencia de la computación claramente ha cambiado al mundo, pero en realidad se requiere su experiencia y su voluntad para encontrar las consecuencias de la computación y ajustarlas desde la etapa de diseño. Con esto, yo creo que podemos salvar al mundo”.
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